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miércoles, 17 de noviembre de 2010

Hoy fue uno de esos


Días en que no se habla, nomás se anota.
Nomás se siente y se anota. 
Se evalúa y se digiere hasta el vómito.
Donde lo más común queda propenso
al más profundo análisis,
donde lo común se muestra imbécil.
Días de hábil vilis, cretinos criterios
cuestiones etéreas, tareas coprófagas
y un muchas gracias.
Donde el alma prostituta del soberano esbirro
se rompe y se abarata en aras de felicidad
y solapar lo trascendente.
Días de cállate el hocico o te lo rompo,
pero de más amor al prójimo 
que a la propia voluntad.
Días de dedos medios danzantes
dentro del puño cerrado,
pero de más temor a Dios.
¡Dios mío!
Días de Dios ¡socorre! ¿Qué me ocurre?
Cúbreme con tu sangre
o me cae que me caigo.
Donde escuchar de desarraigo
me suena más a pretexto.
¿Qué traes? ¿Que qué traigo?
Traigo un picor inguinal molesto 
causado por la pregunta que recién formulas, 
funesto.
Y ni denostes ni demuestres, 
que tu puro semblante alcanza.
Tendré por apellido Carranza.
A mí no me secundan huestes.
Por que este es el huésped
de la poquita prudencia,
del sangrado estomacal más visceral
causado por la incongruencia.
Soy el huésped de la incongruencia misma,
minimizada por la de otros...

Por la de otros...


Por la de ustedes...




Alejandro


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